La sostenibilidad como práctica comunitaria y territorio de resistencia
La sostenibilidad como práctica comunitaria y territorio de resistencia
“Si el cuerpo es territorio, entonces el medioambiente no está afuera, sino dentro. Y cuando ese entorno se enferma, la comunidad también. Pero allí donde la crisis arrasa, también germinan otras formas de vida, sostenidas en la memoria, la
solidaridad y el arte.”
– Doomo Editorial
El discurso institucional sobre el cambio climático suele presentarse en términos abstractos: emisiones de carbono, metas al 2030, acuerdos multilaterales. Pero lejos de los paneles de discusión en Ginebra y Washington, hay millones de personas que experimentan el colapso ecológico como una condición cotidiana: como humedad en las paredes, como el agua que ya no se puede beber, como el silencio del campo donde antes cantaban los pájaros.
Las poblaciones más afectadas —migrantes, indígenas, campesinas, mujeres racializadas — no solo habitan zonas más vulnerables al impacto ambiental, sino que también carecen de acceso a los llamados “mecanismos de adaptación”: seguros, servicios básicos, infraestructura climática.
En ciudades como Chelsea (EE.UU.) o Quibdó (Colombia), la justicia ambiental no es una política pública: es una deuda histórica. En barrios sin sombra, sin árboles, sin agua limpia, el medioambiente no se piensa: se sufre.
La degradación ecológica no se limita al entorno físico. Cada vez más, se reconoce su vínculo con el deterioro de la salud física y mental, especialmente en poblaciones empobrecidas.
El aumento de la eco ansiedad, el duelo ecológico y los traumas climáticos no son síntomas individuales, sino reacciones estructurales al despojo ambiental sostenido. En contextos migratorios, este sufrimiento se entre cruza con el duelo por la tierra perdida, por el idioma que ya no se habla, por los ciclos del clima que se rompieron.
“No hay salud mental posible en un planeta colapsado. Pero tampoco hay cuidado del planeta sin cuerpos dignos.”
Los marcos dominantes de “desarrollo sostenible” parten de una idea vertical: el Estado diseña, las corporaciones invierten, la población se adapta. Sin embargo, esta narrativa invisibiliza siglos de saberes comunitarios, prácticas agroecológicas, espiritualidades ligadas al territorio y modos de organización colectivos.
Frente a las falsas soluciones tecnocráticas, las comunidades vienen construyendo ecologías populares:
● Huertas urbanas y patios productivos.
● Cocinas colectivas con enfoque en soberanía alimentaria.
● Redes de trueque, siembra y compostaje.
● Colectivos de agua, semillas y energía comunitaria.
● Procesos de recuperación de suelos contaminados.
● Espacios de arte, salud mental y educación ecológica integrados.
Estos ejercicios no solo permiten sobrevivir. Producen conocimiento. Reconfiguran la noción de sostenibilidad. Y sobre todo: resisten al modelo de muerte.
En este contexto, el arte deja de ser un accesorio para convertirse en práctica política. Una herramienta de traducción, sanación y movilización.
Desde esculturas hechas con cartón reciclado hasta talleres de compostaje poético, desde performance callejero hasta intervenciones en cuerpos pintados con tierra, el arte tiene la capacidad de narrar aquello que la estadística no alcanza: el dolor, el cansancio, la dignidad, el deseo de vivir distinto.
En Casa de Artesanos, estas prácticas se materializan en talleres, piezas colaborativas y pedagogías que integran arte, salud y conciencia ecológica. Son espacios donde el cartón se convierte en escultura, la basura en semilla, y el cuerpo en territorio simbólico.
El arte no es decorativo: es táctico. Y en contextos de violencia estructural, es también terapéutico.
Desde Doomo Editorial, creemos que el papel de la comunicación crítica no es traducir los datos de la ciencia, sino escuchar las palabras de quienes sostienen la vida día a día.
Este artículo no tiene como objetivo responder a la crisis climática, sino ampliar las preguntas:
● ¿Qué entendemos por medioambiente cuando ya no hay monte, pero sí patio?
● ¿Quién narra el futuro si el lenguaje de la política sigue siendo binario y vertical?
● ¿Cómo tejemos desde abajo una ecología de los afectos, los cuidados y los cuerpos?
Frente al extractivismo, la desmemoria y el olvido estructural, el arte, la comunidad y la palabra siguen siendo herramientas de siembra.