jueves, 3 de julio de 2025

Tensión geopolítica por sucesión del Dalái Lama

Nuevas tensiones se han generado entre el gobierno del Tíbet en el exilio y China, por la sucesión del Dalái Lama; a los 90 años del actual.

En su 90.º cumpleaños, el actual Dalái Lama, Tenzin Gyatso, reafirmó que no será el último y anunció que nombrará a su sucesor conforme a la tradición tibetana, desafiando directamente las intenciones del gobierno chino.

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A través de un mensaje en video, el líder espiritual subrayó que solo su fundación, Gaden Phodrang Trust, tiene la autoridad para identificar su reencarnación, y que ésta probablemente nacerá en un país libre, fuera del control chino.

China reaccionó de inmediato, reiterando que la reencarnación del Dalái Lama debe cumplir con la ley china y pasar por su sistema del “Urna Dorada” y aprobación estatal, bajo el argumento de preservar la tradición.

La portavoz del Ministerio de Exteriores chino, Mao Ning, declaró que cualquier proceso debe respetar las “reglas domésticas”, los rituales históricos y la supervisión del gobierno central chino, rechazando categóricamente la declaración del Dalái Lama.

El Dalái Lama profundizó su postura afirmando que su reencarnación podría no ser hombre ni niño, e incluso podría ser una mujer —un giro revolucionario— anticipándose a desafíos en la sucesión.

Este anuncio pretende asegurar que el futuro líder sea legítimo según los creyentes tibetanos, evitando así una creación paralela por parte de China que, de ocurrir, generaría dos Dalái Lamas rivales.

En casos similares, como el del Panchen Lama en 1995, China impuso su propio candidato tras retirar al seleccionado por el Dalái Lama, lo que aumentó la desconfianza tibetana y reforzó la convicción de que una reencarnación no controlada por los exiliados sigue siendo legítima.

La acusación de explotación política de la sucesión por parte de China es fuerte: el proceso es visto como una herramienta de control para restringir la autonomía cultural tibetana.

Estados Unidos y otros países ya han manifestado su apoyo a que la sucesión sea determinada por la tradición tibetana, fuera del ámbito chino, amparados en la Ley de Apoyo Tibetano (2020) que advierte sanciones por interferencia.

India, país anfitrión del Dalái Lama y su gobierno en el exilio, ha adoptado una posición cautelosa, consciente del riesgo de tensiones diplomáticas con China, pero claramente observa con interés el desenlace de esta sucesión.

Expertos coinciden en que una sucesión dividida entre un Dalái Lama oficial —reconocido por China— y un legítimo —respetado por la diáspora tibetana— generaría una profunda crisis de legitimidad y fragmentación interna.

El Dalái Lama también señaló que, para evitar el vacío institucional, su sucesión podría iniciarse mientras aún vive, incluso con un adulto, lo cual rompería con el modelo tradicional de bebés reincarnados y consolidaría un liderazgo reconocido desde el inicio.

Esta sucesión será organizada por el Gaden Phodrang Trust, que con apoyo de monjes de alto nivel y protectores dhármicos, guiará el proceso conforme a la fe tibetana y no a directrices impuestas desde Pekín.

El gobierno chino, por su parte, cuenta con una legislación específica —la Orden N.º 5 del BURSA de 2007— que exige su aprobación para cualquier reencarnación dentro de China, utilizando el método del Urna Dorada emulando prácticas de la dinastía Qing.

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La sucesión del Dalái Lama se ha convertido en un punto de tensión geopolítico con amplias repercusiones religiosas, diplomáticas y culturales. De cómo se resuelva dependerá el equilibrio entre la autonomía religiosa tibetana y el poder del Estado chino.

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