lunes, 18 de agosto de 2025

Cómo las imágenes moldean nuestra realidad

De las cavernas a Instagram: la historia oculta de la manipulación visual

Cada imagen que vemos ha sido diseñada para influir en nosotros. Desde las pinturas rupestres hasta los memes de TikTok, ninguna representación visual es inocente. Detrás de cada fotografía, cada video, cada ilustración, hay una intención que busca dirigir nuestra mirada y, con ella, nuestras decisiones.

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Piense en la última vez que compró algo después de ver un anuncio. O en cómo se sintió al ver las imágenes de una noticia en televisión. O en por qué eligió hacer clic en cierto contenido de sus redes sociales. En todos esos momentos, usted no estaba simplemente “viendo”: estaba siendo dirigido por alguien que comprende perfectamente el poder de las imágenes.

Esta manipulación visual no es nueva. Tiene miles de años y ha evolucionado hasta convertirse en la herramienta más poderosa para moldear sociedades enteras.

Los primeros filtros de la historia

En las cuevas de Altamira, hace 15.000 años, los primeros artistas no pintaban solo por placer estético. Sus trazos servían para rituales, para enseñar técnicas de caza, para fortalecer la cohesión del grupo. Ya entonces, quien controlaba las imágenes controlaba la narrativa de la realidad.

Los egipcios perfeccionaron esta técnica. Sus jeroglíficos y estatuas monumentales no solo decoraban templos: legitimaban el poder del faraón, explicaban el orden cósmico y enseñaban a cada ciudadano cuál era su lugar en la sociedad. Los griegos continuaron esta tradición con sus esculturas de dioses y héroes que establecían modelos de belleza, virtud y comportamiento.

Pero fue el cristianismo el que llevó esta estrategia a la perfección. La Iglesia católica entendió algo fundamental: cambiar las imágenes era más efectivo que cambiar las ideas por la fuerza. Por eso, en lugar de prohibir los símbolos paganos, los transformó. La diosa Isis se convirtió en la Virgen María; las fiestas del solsticio se volvieron Navidad; los templos se rediseñaron para que la mirada siempre se dirigiera hacia arriba, hacia lo divino.

La era de la propaganda moderna

Durante el siglo XX, tres regímenes políticos opuestos descubrieron que tenían algo en común: todos necesitaban fabricar héroes visuales para sus pueblos.

La Alemania nazi creó la imagen del “superhombre” ario a través de películas, carteles y desfiles coreografiados. La Unión Soviética respondió con sus propios íconos: el trabajador incansable, el soldado heroico, la madre patria. Estados Unidos, por su parte, inventó al cowboy primero y al superhéroe después: hombres que luchaban contra el mal y defendían los valores americanos.

En todos los casos, el mensaje era el mismo: este es el tipo de persona que debes admirar y, si es posible, imitar.

El caso colombiano: cuando el dinero fácil cambió la cultura

En Colombia, durante los años 80 y 90, vivimos en carne propia cómo el poder económico puede transformar completamente el imaginario de un país. El narcotráfico no solo trajo violencia: impuso una nueva estética.

De repente, los referentes culturales ya no eran los artistas que exploraban nuestras raíces indígenas, como Rómulo Rozo, sino los capos que compraban arte europeo carísimo y construían mansiones ostentosas. Los artistas colombianos, presionados por un mercado inflado artificialmente, abandonaron la búsqueda de un lenguaje propio para imitar estilos extranjeros que se vendían mejor.

Así nació un nuevo héroe visual: el narcotraficante como emprendedor exitoso, el sicario y la prepago como ascensores sociales, la ostentación como prueba de inteligencia. Estos íconos siguen influyendo en nuestra cultura décadas después.

La era digital: cuando todo compite por nuestra atención

Hoy vivimos bombardeados por miles de imágenes diarias. Instagram, TikTok, YouTube, WhatsApp: cada plataforma lucha por capturar unos segundos de nuestra atención. Y lo hace de manera cada vez más sofisticada.

Los algoritmos de las redes sociales son los nuevos curadores, conocen nuestros gustos mejor que nosotros mismos. Saben exactamente qué tipo de imagen nos hará detenernos a mirar, qué video nos provocará una reacción emocional, qué contenido compartiremos con nuestros amigos. Nos ofrecen una realidad personalizada, diseñada para mantenernos enganchados el mayor tiempo posible.

El problema es que en esta avalancha de estímulos visuales hemos perdido algo fundamental: la capacidad de contemplar, de analizar, de preguntarnos qué hay detrás de cada imagen que vemos.

Los nuevos manipuladores

Los políticos actuales han aprendido las lecciones del pasado. Saben que una imagen bien construida puede ser más persuasiva que cualquier argumento racional. Por eso invierten fortunas en consultores de imagen, en fotógrafos profesionales, en equipos que diseñan cada aparición pública como si fuera una puesta en escena.

Las corporaciones, por su parte, han perfeccionado el arte de asociar sus productos con estilos de vida deseables. Ya no venden simplemente un automóvil: venden éxito, libertad, estatus social. No comercializan una bebida gaseosa: prometen felicidad, juventud, aceptación social.

Y los influencers han creado una nueva categoría: venden su propia vida como producto, convirtiendo cada momento íntimo en una oportunidad de marketing.

¿Qué podemos hacer?

Frente a esta realidad, tenemos dos opciones: resignarnos a ser manipulados o aprender a leer críticamente las imágenes que nos rodean.

La segunda opción implica desarrollar lo que podríamos llamar una “sospecha sistemática”: preguntarnos siempre quién creó cada imagen que vemos, con qué propósito, qué nos está tratando de vender o de hacer creer.

También significa valorar el arte y los medios que no nos dan respuestas fáciles, sino que nos invitan a pensar, a cuestionar, a imaginar alternativas a la realidad que nos presentan como única posible.

La curiosidad crítica puede ser nuestra mejor defensa. Mientras sigamos preguntándonos por qué las cosas son como son y cómo podrían ser diferentes, ningún filtro visual podrá controlar completamente nuestra manera de ver el mundo.

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Al final, las imágenes seguirán siendo un campo de batalla. La diferencia está en si decidimos participar conscientemente en esa batalla o si preferimos que otros peleen por nosotros mientras nosotros solo miramos.

Escrito por Yeisson Fabián Rodríguez (-O.P) Fotógrafo, artista visual y crítico cultural. Su trabajo explora la ciudad, la convivencia, las relaciones sociales y sistemáticas, así como las rupturas y los límites impuestos de lo cotidiano.

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