Preocupación mundial por la formalización de la anexión de Cisjordania por parte de Israel. Aunque colonos venían apropiándose de tierras, la decisión del parlamento pone en riesgo la soberanía palestina.
Preocupación mundial por la formalización de la anexión de Cisjordania por parte de Israel. Aunque colonos venían apropiándose de tierras, la decisión del parlamento pone en riesgo la soberanía palestina.

El gobierno de Israel anunció oficialmente su intención de anexar amplias zonas de Cisjordania, una medida que reconfiguraría el mapa político del Medio Oriente y pondría fin, de facto, a la viabilidad del Estado palestino como ha sido concebido desde los Acuerdos de Oslo de 1993.
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El primer ministro israelí afirmó que la anexión busca “formalizar la soberanía israelí sobre territorios históricamente judíos”, refiriéndose especialmente al Valle del Jordán y a los grandes bloques de asentamientos. La decisión fue respaldada por los partidos más nacionalistas dentro de la coalición gobernante y por una parte del Parlamento.
En el terreno, Israel ya ha iniciado acciones administrativas y militares para consolidar el control: ampliación de carreteras exclusivas para colonos, despliegue de unidades del ejército y expropiación de terrenos agrícolas palestinos. En algunos sectores del Valle del Jordán, las banderas israelíes ya ondean sobre nuevos puestos de control.
Los líderes palestinos calificaron la medida como una “declaración de guerra política”. La Autoridad Nacional Palestina que gobierna en Cisjordania anunció que cortará toda coordinación de seguridad con Israel y pedirá una sesión extraordinaria del Consejo de Seguridad de la ONU. Hamás, desde Gaza, calificó el anuncio como “la sepultura definitiva del proceso de paz”.
La anexión tendría consecuencias devastadoras para la población palestina. Según informes de Naciones Unidas, cerca de 2,8 millones de palestinos quedarían bajo administración directa israelí, sin derechos plenos de ciudadanía, lo que expertos describen como una institucionalización del apartheid.
En el ámbito internacional, la reacción ha sido desigual. La Unión Europea y países como Francia y España han condenado la medida y amenazado con sanciones económicas. Sin embargo, otras potencias, como India y varios estados del Golfo que recientemente normalizaron relaciones con Israel, han mantenido silencio o emitido comunicados ambiguos.
Desde Washington, el gobierno de Estados Unidos expresó “preocupación”, pero evitó condenar abiertamente la decisión. El presidente declaró que “Israel tiene derecho a definir sus fronteras de seguridad”, aunque pidió “prudencia para no cerrar la puerta a la negociación”.
Este matiz en la postura estadounidense refleja el peso del lobby proisraelí en el Congreso y las divisiones internas dentro del Departamento de Estado. Mientras algunos diplomáticos consideran la anexión un error estratégico, otros creen que consolida la posición de Estados Unidos en la región frente a Irán.
Analistas advierten que la anexión podría desatar una nueva ola de violencia. En las últimas semanas, ya se registran enfrentamientos entre manifestantes palestinos y fuerzas israelíes en Ramala, Hebrón y Nablus. Las milicias palestinas han prometido “una resistencia prolongada”.
A nivel geopolítico, la medida altera todo el tablero regional: Jordania y Egipto, que mantienen tratados de paz con Israel, han expresado su “profunda inquietud” y advierten que la estabilidad regional está en riesgo. Turquía e Irán, por su parte, han pedido una respuesta conjunta del mundo musulmán.
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El impacto simbólico es igualmente profundo. La anexión formaliza una realidad que, de hecho, ya existía: el control israelí sobre Cisjordania mediante colonias, barreras y leyes diferenciadas. Pero al legalizarla, Israel rompe con el consenso internacional sobre la solución de dos Estados y redefine los términos del conflicto.