sábado, 22 de febrero de 2025

El Salado; 25 años de 72 horas de terror y miedo

El 16 de febrero del 2000, El Salado, Bolívar, un pueblo humilde y pujante fue sorprendido por la barbarie de los paramilitares y sus fusiles.

Hablar del conflicto armado en Colombia es rememorar episodios negros en la historia de los pueblos del país. Pero al tiempo es no dejar morir en el olvido los hechos más oscuros y sangrientos que han dejado los actores armados a lo largo y ancho del territorio nacional; entre ellos El Salado.

El 21 de febrero del año 2000 los noticieros anunciaban entre sus titulares una más de las masacres que bañaban el país. El Salado, un pueblo agrícola y de gente trabajadora, había quedado en medio de la guerra entre la guerrilla y los paramilitares, pero pocos días después el fiscal general de la nación de ese entonces, Luis Alfonso Gómez Méndez, aclaró que no hubo tal enfrentamiento y lo que planteó fue una “clásica masacre de los paramilitares”.

“Me hablan de que entre ellas hay menores, hay ancianos. Todos eso me hace indicar que es cierta la presentación que ha hecho el CTI en el sentido en que no se trato de un supuesto combate, sino de una de las clásicas masacres de los paramilitares”, dijo Gómez Méndez en su momento a los medios de comunicación.

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La masacre de El Salado

Entre el 16 y el 21 de febrero del año 2000, 450 paramilitares entraron a las áreas rurales de Ovejas, El Salado y La Sierra en los departamentos de Bolívar y Sucre. Torturaron, asesinaron y cometieron delitos sexuales contra los habitantes de estas zonas, dejando 61 personas muertas. Antes de esto, un pueblo próspero que tenía 7000 habitantes y estaba a punto de ser declarado cabecera municipal había quedado reducido a 4000 por una primera masacre en el año 1997, tras los hechos del 2000, hoy solamente lo habitan algo más de 750 personas.

9 de la mañana, 18 de febrero del 2000, dos días después de haber comenzado las hostilidades, un helicóptero artillado dispara a las casas desde el aire, mientras que 450 hombres armados y pertenecientes al Bloque Norte de las Autodefensas Unidad de Colombia (AUC) se toman el área. Hombres y mujeres armados se toman el pueblo, ingresan por cada una de las vías de acceso y sorprenden a sus pobladores completamente indefensos.

Los habitantes corren, huyen despavoridos de los hombres armados que comienzas a disparar sin piedad mientras lanzas improperios contra aquellos que se encuentran en las calles del pueblo. Escondidos entre el monte, en fincas, entre la maleza, así buscan refugio aquellos que corren con algún tipo de “suerte”, mientras que otros son sacados de los cabellos de sus hogares y llevados al parque principal y allí comienza el horror que muchos quieren olvidar, pero que la vida no les permite borrar.

Separan a los hombres de las mujeres, a unos los dejan allí, mientras que a ellas las llevan a la iglesia y allí hay otra tortura. La psicológica. Se oyen disparos, gritos, ruegos, pero la furia implacable de los paramilitares no tiene piedad y las calles se convierten en ríos de sangre, en un cementerio al aire libre, con cuerpos por todo lado y el temor de lo que sucede paseándose como el viento.

El Salado no quería llamarse así, pues sus habitantes decían que quién los iba a encontrar con este nombre, por eso existía una propuesta para cambiar de denominación, pero lo que no sabían era que la historia los iba a recordar por lo que allí iba a pasar. Rosmira Elena Torres, madre comunitaria de El Salado y Luis Pablo Redondo, hijo de Rosmira, era el presidente de la Junta de Acción Comunal, fue apuñalado en la clavícula, acusado de “guerrillero” y acribillado en la cancha donde se ejecutó mayormente la masacre. A ella, cuentan los sobrevivientes, la obligaron a ver como fue asesinado su hijo.

“La mejor manera de recordar a los de El Salado es hablar de quienes eran en verdad. No eran guerrilleros, eran personas que luchaban con pasión por su municipio”, señaló Abigaíl, hija de Ladys Redondo, quien huyo del lugar antes del baño de sangre, pero que sus dos familiares no corrieron con la misma suerte. Otra historia cuenta que un muchacho se estaba escondiendo con Ladys y se escuchó el rumor que ya todo había pasado, las balas habían cesado y él se fue en busca de su hermano, que en ese entonces era un niño, pero solamente regresa aquel pequeño. El joven había sido degollado delante del menor.

Y así se cuentan las historias de aquellos que perdieron la vida en El Salado, pero también se cuentan las de aquellos que sobrevivieron, de esos que una vez regresaron encontraron a sus familiares tirados en el suelo, desmembrados, con tiros de gracia, abusados sexualmente y hasta desaparecidos. Porque esa es la otra parte de la historia que todavía no se cuenta, la de aquellos que desaparecieron en esas 72 horas y que nunca más se supo de ellos.

Los vivos ya no están tan vivos. No se puede vivir igual luego de ser abusada sexualmente por más de 20 hombres, como fue el caso de Yirley Velasco. Asimismo, le pasó al municipio, luego de la impotencia de enterrar a tantos de los suyos, El Salado no ha vuelto a ser el mismo.

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Hoy, en alguna parte de El Salado existe un monumento donde los sobrevivientes decidieron dar sepultura a los suyos, pero que también se ha convertido en un monumento a la esperanza, al no olvido y el recuerdo del sufrimiento que vivió un pueblo próspero, de gente pujante que pagó caro las injusticias de una guerra que se ha ensañado contra los más vulnerables.

Las muertes que dejó esta masacre han manchado de sangre la historia nacional, la crueldad con la que perdieron la vida inocentes acusados de guerrillas involucrados en una guerra sin aparente fin.

El Salado no quiere ser olvidado, quiere limpiar el nombre de sus víctimas. Este pueblo, marcado por la violencia, resiste y recuerda con dolor el episodio crudo e inhumano que enfrentó, sintiéndose abandonado hace 25 años. Han pasado 2 décadas de este episodio, pero aún siguen vivos los recuerdos, los temores y el legado de esta región.

“Han pasado 25 años y El Salado nunca volvió a ser el mismo”: Lilia Torres, presidenta de la Junta de Acción Comunal (JAC) de El Salado.

Mauricio Vanegas

Comunicador Social y Periodista egresado de la Universidad Central con experiencia en el cubrimiento de eventos deportivos y orden público.

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