Es altamente probable que haya empezado a leer esto de la mano del título. Y pues más allá del “clickbait”, este escrito hablará sobre la icónica frase que el tío Ben dijo al arácnido de las historietas, y como esta tiene gran significado en estos días de batallas tuiteras sobre la libertad de prensa.
Es altamente probable que haya empezado a leer esto de la mano del título. Y pues más allá del “clickbait”, este escrito hablará sobre la icónica frase que el tío Ben dijo al arácnido de las historietas, y como esta tiene gran significado en estos días de batallas tuiteras sobre la libertad de prensa.
Dos lados de una disputa
Recientemente en Colombia, se viene dando una disputa entre el gobierno nacional y algunos medios de comunicación. Acusaciones directas desde el gobierno, y sesgos sobredimensionados desde dichos medios. Esto hace que como siempre, la audiencia quede en el medio sin poder formarse realmente un criterio. La población al final siente que debe tomar parte, y que de una u otra manera, creerle a uno u otro bando.
No es un secreto, que el mundo desde el siglo pasado tiene medios que son manejados por grandes poderes económicos. Y esto no es exclusivo de Colombia. El grupo Cisneros en Venezuela o el grupo Azcárraga en México, esto sin contar a Warren Buffet en Estados Unidos. Si se posee la emisión del mensaje, y se construye cierta “credibilidad”, es claro que no será difícil influir en el receptor.
Desde el otro lado, están los gobiernos que se sienten atacados por las denuncias (con pretenciones políticas o no) de los medios. Su reacción tiende a ser más personal que gubernamental. Y amplificada por las redes sociales termina convirtiéndose en un riesgo para la libertad de prensa.
Grandes poderes, grandes responsabilidades
Volviendo al tema del súper héroe del título. La cuestión se basa en tener grandes poderes y la responsabilidad que conlleva esto. Ambos prensa y gobierno poseen grandes poderes que suelen usar con poca o nula responsabilidad.
De un lado, está el gobierno, que claramente tiene una influencia sobre la ciudadanía. Tiene la responsabilidad de mesurar sus respuestas, y no caer en la posibilidad de cerrar medios, censurarlos, o simplemente generar ataques de la ciudadanía a los mismos.
Al otro lado, están los medios con el poder de informar con el menor sesgo posible. Sin pretender incidir en un público que puede levantarse para desestabilizar a un gobierno. Sesgar la intención de voto, o exacerbar el racismo, el clasismo o la misoginia de un país anclado en el pasado.
Tanto un lado como el otro, en muchos casos se ha tomado a la ligera esa responsabilidad, y en especial se ha omitido la autocrítica al momento de realizar afirmaciones que pueden tener efectos bastante peligrosos.
Históricamente, el valor de la palabra pronunciada y el riesgoso efecto que tiene sobre las masas ha sido o bien subestimado o bien usado de manera peligrosa sin medir su devastador efecto.
Basta recordar como en 1938, la narración de Orson Wells de la famosa “Guerra de los Mundos”, terminó en desastre por la credibilidad que la ciudadanía le dio al relato radiofónico. O cuando Donald Trump, en medio de la pandemia de Covid-19 decidió reducir la prevención a la absurda y fatal propuesta de inyectarse cloro.
El lado gubernamental
Desde los gobiernos hay distintos matices respecto a su posición frente a los medios. Existe la discusión sobre los medios estatales y su uso para amplificar mensajes que claramente laven la imagen del gobierno. Pero con poca o nula autocrítica a los errores de las acciones imperfectas y humanas de un gobierno.
También está el matiz relacionado con afrontar las críticas de muchos medios a la gestión gubernamental. Algunas veces las críticas o denuncias serán ciertas y otras infundadas. El problema es la forma con la cual los gobiernos responden sean reales o no las afirmaciones de los medios. Pues al final deberían ser los estrados judiciales o el ministerio público quien defina si lo dicho por los medios es o no cierto.
Pero o la visceralidad o el miedo a hacer visible más cosas, se apoderan de los gobiernos y terminan extralimitándose. En Colombia, hemos tenido esos casos, que van desde el gobierno actual indicando que Semana ordena allanamientos al CTI, pasando por la policía allanando Cartel Urbano por tener en su fachada a un cerdo que hacía una alegoría a Iván Duque, o bloquear las posibilidades que Noticias Uno pudiése sobrevivir como noticiero pues claramente incomodaba al gobierno del mismo Duque.
Afortunadamente no hemos llegado a extremos como en El Salvador, donde el periódico El Faro tuvo que autoexiliarse en otro país para poder seguir informando sobre el autoritarismo de Nayid Bukele. O Venezuela donde la frecuencia nacional de RCTV fue otorgada a un canal estatal. O China y Filipinas, donde mujeres y hombres que ejercen el periodismo han sido apresados para evitar que divulguen las irregularidades de un gobierno.
Y lo que se debe exigir a los gobiernos es que tengan respeto por la prensa, sin importar que tanto les incomoden las críticas que les hagan. Además que no solamente se debe tomar como riesgoso para la libertad de prensa el hecho de tomar medidas como las anteriormente descritas. Sino también el riesgo de colocar a la opinión pública contra los medios que resulten incómodos.
El lado de los medios
Informar es una gran responsabilidad, e incluso opinar sobre un tema desde una tribuna también lo es. La verdad absoluta es algo inexistente así como la objetividad total. Más allá de las líneas editoriales, siempre existirán remanentes de nuestros sistemas de valores e ideologías al momento de plasmarlos en una noticia o en un editorial.
El periodismo como tal es más un oficio que una profesión. A nivel mundial, personas que no vienen de la comunicación social han hecho del periodismo su cotidianidad y han aprendido a informar. Adicionalmente existen países como Colombia, donde constitucionalmente cualquier persona de la ciudadanía puede informar sobre los hechos.
Y retomando la frase del tío Ben, hay una gran responsabilidad en salir a afirmar u opinar sobre algo. Y en especial teniendo en cuenta que a pesar de la existencia de tantísimas fuentes de información, el ejercicio de la validación no es algo que la ciudadanía tenga interiorizado.
Desde la masificación de Internet, han tenido que surgir sitios Web que solamente se dedican a validar que las afirmaciones de los medios y los gobiernos sean ciertas. Ya que si creyéramos todo lo que se publica, el mundo se habría acabado ya más de un par de veces.
Si la voz tiene variadas formas de entonación que pueden cambiar la intención de un mensaje. La forma de presentarlo de parte de los medios puede generar distintos efectos. Es evidente que fenómenos como el “clickbait” o el amarillismo manipulan a la audiencia y pueden llegar a pervertir el mensaje original.
Pretender también torcer la libertad de prensa y la libertad de expresión es una idea peligrosa. El caso de Charlie Hebdo en Francia ha sido objeto de debate por el mismo hecho. Aunque nada justifica la masacre de sus caricaturistas. Los ilustradores también habían pasado ciertas líneas al retratar de maneras xenófobas e indolentes, realidades como la inmigración de Medio Oriente a Grecia o los terremotos en Italia, solo por citar dos casos.
Un mundo ideal
Es claro que los medios necesitan financiación, y que hacer buen periodismo requiere dinero. Pero esto no implica que el periodismo esté condicionado a hacer este tipo de tretas para hacerse un público que pueda luego ofrecer a los anunciantes.
Desde la academia se ha propuesto que exista financiación estatal para el periodismo, de la misma forma que se financian las campañas. Existen programas en algunos lugares, en especial hacia los medios comunitarios, pero aún es insuficiente para realmente construir un periodismo que intente dejar de caer en esos vicios de fondo y forma.
También existe el problema de la superioridad moral del periodismo. La ausencia de autocrítica y el miedo a rectificar en aras de perder credibilidad, hace que muchos medios sostengan verdades a medias o mentiras, o que caigan en la misma visceralidad que cae su contraparte gubernamental.
Por ende, la libertades se deben ejercer con responsabilidad. No es simplemente escudarse en ellas para decir o sesgar deliberadamente una afirmación. Aparte que el periodismo se debe adaptar a las nuevas realidades, y esto es desmontar aquellas ideas racistas, sexistas, xenófobas y misóginas del pasado. Y no solo respetar a la audiencia sino respetar también sobre quien se informa sin importar quien sea.
Los gobiernos también deben entender que son susceptibles de error y por ende susceptibles de críticas. Además que el deber de la prensa es criticar esos errores como mecanismo de control que es del ejercicio de poder.
Es necesario que las personas en el gobierno entiendan que sus afirmaciones e incluso sus opiniones tienen un nuevo valor al ser parte del poder. Por ende, ya no son las mismas personas que salían a pelear en hilos eternos en las redes sociales. Si hay una clara violación de la ley desde un medio, se debe demandar y que sea la ley quien defina. Pero censurar o lanzar turbas enardecidas (así sean virtuales) es realmente una amenaza a las libertades, por muy errados que estén los medios.
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