El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, recibió en la Casa Blanca al mandatario sirio Ahmed al-Sharaa, en una reunión que, según la administración republicana, busca “abrir una nueva etapa” en las relaciones bilaterales y redefinir el papel de Siria en la seguridad del Medio Oriente. El encuentro, anunciado apenas 48 horas antes, sorprendió a gran parte de la comunidad internacional dada la controvertida trayectoria del líder sirio y las tensiones acumuladas por más de una década de conflicto armado en su país.
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Al-Sharaa, quien llegó al poder hace alrededor de un año tras un proceso político impulsado por facciones opositoras y mediado por actores regionales, ha debido enfrentar escepticismo mundial debido a su pasado como combatiente en grupos radicalizados durante la primera fase de la guerra civil. Aunque el mandatario sostiene que abandonó esas facciones desde 2016 y participó en programas de reintegración, las potencias occidentales continúan divididas entre quienes lo ven como un interlocutor pragmático y quienes consideran que su historial lo inhabilita moral y políticamente.
En Washington, el gobierno de Trump defendió la visita indicando que “Siria no puede reintegrarse al orden internacional sin diálogo directo”, y subrayó que el encuentro “no implica un aval” a las antiguas actividades del mandatario, sino un esfuerzo por estabilizar la región. Sin embargo, organizaciones de derechos humanos reaccionaron con preocupación, afirmando que Estados Unidos debe exigir garantías claras de justicia y de no repetición antes de otorgarle legitimidad diplomática al nuevo gobierno sirio.
El contexto interno de Siria sigue siendo complejo. Aunque los niveles de violencia han disminuido en comparación con los años más críticos del conflicto, amplias zonas del país continúan bajo control de milicias locales, grupos islamistas remanentes y fuerzas internacionales. La economía enfrenta una crisis histórica, marcada por inflación desbordada, destrucción de infraestructura y un éxodo persistente de población. En este escenario, al-Sharaa intenta construir un gobierno de unidad nacional, pero su liderazgo continúa siendo frágil y cuestionado.
Trump, por su parte, centró la reunión en tres ejes: contención del extremismo, control migratorio y reposicionamiento de Estados Unidos en el Medio Oriente. La Casa Blanca afirmó que el presidente norteamericano considera que “la inestabilidad siria sigue siendo un riesgo para la seguridad hemisférica” y que por ello busca acuerdos que permitan una reducción sostenible de los focos de radicalización en la región. Diplomáticos estadounidenses reconocen, sin embargo, que el gesto también tiene un componente geopolítico frente al avance de Rusia e Irán en territorio sirio.
Ante los cuestionamientos por recibir a un mandatario con pasado yihadista, el gobierno estadounidense respondió que al-Sharaa fue sometido a procesos de verificación y que su “desvinculación efectiva” fue corroborada por agencias internacionales antes de su ascenso al poder. Aun así, senadores de ambos partidos criticaron lo que describieron como “una normalización apresurada” que podría enviar mensajes contradictorios sobre la postura estadounidense en materia de lucha contra el terrorismo.
Durante la rueda de prensa posterior al encuentro, al-Sharaa afirmó que su gobierno está comprometido con “un proceso real de reconstrucción y reconciliación” y aseguró que su pasado “no define el futuro de Siria”, insistiendo en que dejó atrás toda participación en grupos armados para dedicarse a una solución política del conflicto. También pidió el levantamiento gradual de sanciones para permitir la recuperación económica del país.
Europa reaccionó con mayor cautela. Mientras Francia y Alemania expresaron preocupación por la legitimación diplomática del mandatario sirio, otros gobiernos europeos señalaron que cualquier avance, incluso simbólico, que reduzca la influencia de las milicias y permita la apertura de corredores humanitarios podría ser positivo. La Unión Europea anunció que evaluará el encuentro en su próximo consejo de asuntos exteriores.
En Medio Oriente, la reunión generó interpretaciones heterogéneas. Arabia Saudita, que desde hace tres años sostiene contactos con Damasco, vio el acercamiento como un paso pragmático hacia la estabilización regional. En contraste, organizaciones kurdas y sectores opositores dentro de Siria manifestaron temor por posibles acuerdos entre Washington y Damasco que los dejen en una posición de vulnerabilidad frente al gobierno central.
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A pesar de la tensión diplomática, la Casa Blanca calificó el encuentro como “constructivo” y anunció la creación de un equipo bilateral que, en los próximos meses, evaluará mecanismos de cooperación limitada en materia humanitaria y de seguridad fronteriza. No obstante, expertos coinciden en que la reunión representa apenas el inicio de un proceso incierto, donde pesan el pasado del mandatario sirio, la volatilidad regional y la dificultad de equilibrar pragmatismo político con exigencias de justicia internacional.