El país vive una polaridad política que divide más que odios y une menos que un partido de la selección nacional.
El país vive una polaridad política que divide más que odios y une menos que un partido de la selección nacional.
Desde que Iván Duque asumió las riendas de Colombia, ya hace dos años, el país se ha visto envuelto en una serie de sucesos que lo vuelven a convertir en un nido de fascismo y fanatismo. Por un lado, tenemos el tema relacionado con el expresidente y exsenador Álvaro Uribe Vélez, quien no solamente es uno de los personajes más llamativos de la política nacional, sino que, además, se ha convertido en el eje central de Gobierno Nacional por su inigualable sed de poder, y también por sus últimas actuaciones contra aquellos que lo juzgan por sus delitos.
Uribe Vélez se ha convertido en una especie de ‘mesías’ para sus seguidores y ellos, al mejor estilo de los fanáticos fascistas, atacan sin control a todo aquel que no piensa como ellos. Son como una horda de sedientos zombis que van destruyendo todo a su paso. Pero eso no es todo. El señor Uribe Vélez se encarga de encender la hoguera, lanza improperios a diestra y siniestra, acusa a uno y a otro. Amenaza, busca ayuda internacional y crea el velo distractor de que él es una víctima. Un entramado que sesga a todo un país a favor y en contra.
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Pero no es momento para parar. Al anterior tema se le suma el fanatismo, ese que resta y no suma. Ese que politiza todo y hasta romantiza la violencia, no solo en redes, sino en las calles. El fanatismo de quienes están a favor o en contra. El otro actor principal para la polarización de un país extremadamente dividido por su pensamiento.
El fanatismo nos esta llevando a ver las cosas de dos matices, negro o rojo. Uribe y Petro. Izquierda y derecha. Y al final quien sale perdiendo en todo esto es Colombia y aquellos colombianos que no quieren tomar partido de un sesgo ideológico. Masacres, desplazamientos, corrupción y división, una muy buena mezcla que se sigue viviendo en nuestro país y que pensamos que se iba a acabar, o al menos reducir, con la firma del acuerdo de paz en el gobierno Santos con las FARC.
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Pero aquí estamos tan acostumbrados a la siembra del odio, que ya nada nos conmueve y el mejor fruto que podemos recoger es dejar que todo siga igual. Para que cambiar, eso dejémoslo a otros. Nosotros sigamos mirando para otro lado cuando pasen las cosas o mejor, echémosle la culpa al otro, al que piensa diferente. Ese es el verdadero culpable de lo que pasa en el país del “sagrado corazón”.
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