Las lágrimas que vi al final de esta jornada electoral, fueron de lejos muy diferentes a tantas lágrimas que he visto desde que fotografío la movilización social. Este 19 de junio sonaron las cornetas, pero no para reflejar el inconformismo, sino para anunciar la esperanza.
Las lágrimas que vi al final de esta jornada electoral, fueron de lejos muy diferentes a tantas lágrimas que he visto desde que fotografío la movilización social. Este 19 de junio sonaron las cornetas, pero no para reflejar el inconformismo, sino para anunciar la esperanza.
Una jornada singular
El cubrimiento de una jornada electoral, normalmente sigue una rutina específica. La apertura de la jornada por parte del registrador, las figuras políticas votando y emitiendo conceptos sobre la importancia de la democracia, el cierre de las urnas y la publicación de los resultados. Y teniendo en cuenta que comúnmente los resultados favorecen a los mismos partidos, no existe mayor emoción en los comicios.
Por ende este domingo las cosas empezaron igual, los himnos, las banderas izadas y los discursos indicando que todo está bajo control. Todo iba igual hasta que un grito en la plaza de Bolívar irrumpió alguno de esos discursos. ¡Petro presidente! se oyó hacia una esquina de la plaza. Era un hombre maduro que aunque fue increpado, siguió su camino mientras rechazaba la censura que le querían imponer.
Aquel grito podría sonar premonitorio, pero las incertidumbres detrás de esta segunda vuelta por el contrario vaticinaban la reiteración de la historia conocida por todos los colombianos, acostumbrados a la constante victoria de un candidato perteneciente a las clases altas.
Adicionalmente, las personas de la tercera edad de nuevo llenaban los puestos de votación con la disciplina heredada de los días del bipartidismo. Elecciones anteriores habían demostrado que por el contrario, la juventud era apática con los procesos electorales, así que todo indicaba que aquel hombre de la plaza sería una golondrina que no haría verano por sí sola.
La agonía de los boletines
Los boletines electorales son un horrible sistema de tortura, casi tan horrible como el cobro de tiros penales en el fútbol. La única ventaja, es que si aparece una tendencia es posible que esta marque los siguientes boletines, y traiga o paz o desesperanza dependiendo de por quien se votó.
Esa agonía ya era familiar para muchos colombianos. La vivieron en los comicios presidenciales de 2014 en los que salió elegido Juan Manuel Santos y se firmaron los acuerdos de paz. Luego en 2016, cuando al final la Colombia del No impuso su discurso guerrerista. Hace cuatro años, la sensación fue similar a la de 2016, cuando el uribismo se hizo con el poder con la promesa de hacer trizas la paz.
Pero ya después de esto, muchos colombianos estaban curtidos. Desde la noche del viernes se leían comentarios desesperanzadores en Twitter. La filtración de unas pruebas de los boletines electorales, en donde aparecía victorioso Rodolfo Hernández, trajo una avalancha de tristeza en muchos jóvenes. Así que el primer boletín era algo a lo que muchos ya estaban acostumbrados. Y la resignación empezó a invadir muchos corazones.
Luego comenzaron los boletines de los resultados nacionales. Uno a uno iban ampliando la diferencia de la dupla Petro – Márquez frente a la dupla Hernández – Castillo. Algunos se miraban sorprendidos, pues para muchos era la primera vez que votaban por alguien que estuviese ganando una elección. Del otro bando, no podían creer que una propuesta de izquierda estuviera derrotando una propuesta encabezada por un exitoso empresario.
Los boletines fueron llegando a los porcentajes donde la tendencia se hace irreversible. Medios de distintas líneas editoriales proclamaban en sus portales y redes sociales, una noticia que podría sonar imposible en Colombia. Gustavo Petro y Francia Márquez, con sus ideas de izquierda obtenían la victoria y llegarían a la casa de Nariño.
La celebración de las y los “nadie”
Conocidos los boletines, las redes se llenaron de reacciones. Circuló un vídeo de una mujer de servicios generales en un centro comercial que dibujaba una sonrisa al ver como Petro y Francia adelantaban a Hernández. En Corferias, unas mujeres elevaban sus escobas y traperos hacia el cielo en señal de victoria. Allí mismo un joven de logística, exclamó entre lágrimas “¡por fin!” mientras escuchaba el mensaje radial que anuncia lo imposible. Ya la clase trabajadora no sentía miedo de manifestar su alegría.
Las calles se llenaron de gente, esa misma gente que antes había llenado las calles para golpear cacerolas. Al unísono entonaban “¡si se pudo, si se pudo!” mientras la lluvia caía sobre Bogotá pero no ahogaba la alegría. Esta vez las lágrimas no fluían por el gas, por la decepción o por la rabia a la que el pueblo ya se había resignado. Eran lágrimas de alegría, una emoción quizás reservada a los deportes, pero jamás a la esperanza de un cambio.
La gente aún no salía de la sorpresa, se concentraron cerca al Movistar Arena, en los barrios, muchas personas llenaron la plaza de Bolívar. En otras ciudades lugares usado para las concentracciones del paro nacional de 2021, se convirtieron en escenario de celebración.
El tiempo pasaba, y ahora la espera era para oír a Francia y a Gustavo hacer la proclama que soñaban. Llegó el momento y la alegría estalló, luego de más de doscientos años, las y los “nadie” por fin llegaban al poder.
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