La justicia social es una bandera que muchos izan, pero pocos defienden con integridad. En discursos, foros y simposios se habla de equidad, de salud comunitaria, de inclusión, pero en la práctica, no todas las voces tienen el mismo derecho a ser escuchadas. Las historias de dolor que incomodan, las denuncias que exponen las fallas del sistema y las experiencias que no encajan en la narrativa optimista son, con demasiada frecuencia, borradas, minimizadas o ignoradas. No por falta de relevancia, sino porque amenazan el status quo de quienes han convertido el activismo en una plataforma de posicionamiento personal. Cuando el activismo es solo una estrategia de prestigio En los últimos años, hemos visto cómo ciertos espacios de «justicia social» se han convertido en trampolines para carreras académicas, religiosas o institucionales. Líderes, investigadores y figuras públicas utilizan la vulnerabilidad de las comunidades para ganar reconocimiento, pero imponen filtros sobre qué realidades merecen ser contadas. Se organizan simposios, estudios y mesas de trabajo en nombre de la equidad, pero ¿cuántas de estas conversaciones incluyen realmente a quienes han vivido en carne propia la violencia del sistema? ¿Cuántas de estas iniciativas generan cambios tangibles para las comunidades a las que dicen servir? El problema no es solo la hipocresía, sino el daño real que causa este silenciamiento selectivo. Cuando quienes más necesitan ser escuchados son invisibilizados por los mismos espacios que prometen justicia, se perpetúa la misma opresión que se dice combatir. La pérdida de un hijo y la violencia del olvido Hablemos de un tema que muchos prefieren evitar: la muerte perinatal y el duelo materno en comunidades racializadas e inmigrantes. Se habla de equidad en salud, pero ¿qué pasa cuando una madre inmigrante pierde a su hijo y el sistema la trata con frialdad, burocracia y deshumanización? Este artículo busca conmemorar la lucha diaria de las mujeres madres que han perdido a sus hijos, mujeres que enfrentan no solo el dolor de la ausencia, sino también la indiferencia de una sociedad que les da la espalda. Estas madres, que han sido invisibilizadas en la conversación pública, siguen luchando cada día por el derecho a recordar, a llorar y a exigir un trato digno. Más allá del dolor indescriptible de la pérdida, enfrentan la indiferencia de las instituciones y la invisibilización de su duelo. Sus hijos no son nombrados con la misma dignidad con la que se recuerdan a otros. Sus experiencias no son incluidas en las narrativas oficiales. Y cuando intentan hablar, son silenciadas bajo la excusa de «preservar el tono positivo». Cuando una madre intenta compartir su historia en un espacio que dice trabajar por la equidad y su testimonio es eliminado porque «no encaja», ¿qué mensaje se está enviando? Que su dolor no importa. Que su experiencia no tiene valor. Que su voz es demasiado incómoda para ser reconocida. Este no es un caso aislado. Es un patrón que se repite en múltiples espacios donde la justicia social se ha convertido en un concepto de marketing más que en una verdadera lucha por el cambio. ¿Quién tiene derecho a hablar? La pregunta central aquí es: ¿quién decide qué historias merecen ser escuchadas y cuáles deben ser silenciadas? Porque cuando los líderes y figuras de la justicia social imponen filtros sobre qué testimonios pueden ser compartidos, no están construyendo equidad; están ejerciendo el mismo poder opresivo que dicen desafiar. No se puede hablar de justicia sin incluir a quienes han sido históricamente marginados. No se puede hablar de salud comunitaria sin abordar el trauma que el propio sistema ha causado. No se puede construir un movimiento de cambio sobre la base del silenciamiento selectivo. Si realmente queremos transformar estos espacios, debemos hacer preguntas incómodas y exigir que el activismo deje de ser solo una plataforma personal para convertirse en un verdadero compromiso con las voces que han sido silenciadas por demasiado tiempo. Porque la justicia no se trata solo de celebrar logros. También se trata de sostener el dolor de quienes han sido ignorados. Y, sobre todo, se trata de escuchar cuando las voces más vulnerables deciden hablar. Sobre la Autora Stefanny Julieth Cabral es una artista colombiana, líder social y editora internacional en Domoo Editorial. También es la fundadora y directora de Casa de Artesanos, una organización dedicada a transformar vidas a través del arte y la cultura. Con una trayectoria en la lucha por la justicia social y un profundo compromiso con la salud mental y la sanación comunitaria, su trabajo amplifica las voces de quienes han sido silenciados por la opresión sistémica. Su experiencia personal enfrentando la migración, la pérdida y la injusticia institucional alimenta su misión de cuestionar el activismo selectivo y exigir una verdadera equidad. Captive Silence: When Social Justice Becomes Selective Social justice is a banner that many raise, but few defend with integrity. In speeches, forums, and symposiums, there is talk of equity, community health, and inclusion, yet in practice, not all voices have the same right to be heard. The stories of pain that make people uncomfortable, the denunciations that expose systemic failures, and the experiences that do not fit within the optimistic narrative are too often erased, minimized, or ignored. Not due to a lack of relevance, but because they threaten the status quo of those who have turned activism into a tool for personal advancement. When Activism Becomes a Prestige Strategy In recent years, we have seen how certain «social justice» spaces have become springboards for academic, religious, or institutional careers. Leaders, researchers, and public figures exploit the vulnerability of communities to gain recognition, yet impose filters on which realities deserve to be told. Symposiums, studies, and discussion panels are organized in the name of equity, but how many of these conversations truly include those who have firsthand experience with systemic violence? How many of these initiatives lead to tangible changes for the communities they claim to serve? The issue is not just hypocrisy but the real harm caused by this selective silencing. When those who most need to